André Gorz fue el pseudónimo sobre el que se ocultó Gerhart Hirsch, un filósofo y periodista francés, cofundador de la revista Le Nouvel observateur. Gorz nació en Viena en 1923, hijo de un comerciante judío y una secretaria católica. De formación marxista, el pensamiento de Gorz se situó entre la teoría política y la crítica social y fue uno de los principales teóricos de la ecología política.
Un 23 de octubre de 1947, Gorz vio a Dorine Keir jugando al póker en un baile de París, en la plaza de Saint-Sulpice. Y el azar los volvió a juntar. Alverla otra vez, Gorz corrió para alcanzarla. Desde entonces, nunca más se separaron. Todo era incierto para Gorz, un hombre que no tenía mucha fe en el amor.
"No podía pasar más de dos horas con una muchacha sin aburrirse y hacérselo saber".
A los sesenta años, le detectaron una enfermedad degenerativa a Dorine y Gorz decidió jubilarse y dedicarse a cuidarla. Además, creía que para entender los acontecimientos de aquellos tiempos, aproximándose a pasos agigantados la caída del muro de Berlín, le era necesario tener más tiempo para la reflexión, cosa que el periodismo le quitaba. Finalmente, se mudaron al campo.
El anciano filósofo le escribió a su compañera de vida, a su cómplice personal e intelectual durante casi seis décadas que por ese entonces padecía cáncer de endiometrio y aranoicditis una carta, una confesión, un libro: Carta a D. Historia de un amor (2006).
No obstante, el texto completo es una reivindicación del autor consigo mismo, al darse cuenta de hay una distancia que no recorrió con su compañera. Al igual que muchos escritores, se sentía cómodo en la estrategia del fracaso y la aniquilación, no en la afirmación y el éxito. Fue en el oaso de su vida cuando admitió que lo más importante, tras haber escrito tantos libos, ensayos y artículos, era el vínculo invisible que construyó con Dorine.
Todos los escritos de Gorz tratan sobre lo humano. Carta a D. va más allá.
Dejo aquí lo que un día Gorz le dedicó a la mujer de su vida. Carta a D. tiene el mismo inicio y final:
Miklós Radnóti fue un poeta, representante sobresaliente de la moderna lírica húngara. Nació el 5 de mayo de 1909 en Budapest, en el número 8 de la calle Kádár, en una familia de judíos conversos. Su nacimiento costó la vida de su madre y su hermano gemelo al nacer, algo que le atormentaría el resto de su vida.
En otoño de 1926, con diecisiete años, conoció a su futura esposa, Fanni Gyarmati, en una casa de Budapest donde ambos tomaban clases extra de matemáticas con los mismos tutores. El jóven Radnóti cambió su lápiz por el de ella para tener una excusa para hablarle. Para impresionarla, afirmó que tenía dieciocho años. Poco después, comenzó a escribirle poemas de amor. Juntos se unieron a Círculo Literario Juvenil Húngaro Bálint Balassa.
Sin embargo, después de aproximadamente un año,ante la insistencia de su tutor, Radnóti se matriculó en una escuela en Checoslovaquia, donde conoció a Klementine, una mecanógrafa checho-alemana con la que se embarcó en su primera aventura real. El joven escribió poemas de amor a ambas chicas, pero fue a Fanni a la que mostró su obra, buscando incluso su opinión sobre los poemas escritos a su rival. En un año, Radnóti había regresado a Budapest y su amor pasajero había sido olvidado. Miklós y Radnóti se volvieron inseparables y fue ella quien, en 1931, le propuso matrimonio en un banco cubierto de nieve en un parque de Budapest. Se casaron en 1935, poco después de que Miklós obtuviera un doctorado en la universidad.
Pero en 1941, Radnóti comenzó un romance con la pintora Judit Beck, una vieja amiga de Fanni, y nunca se lo ocultó. Aunque le causó mucho dolor, de alguna manera logró seguir siendo amiga de Judit, quien incluso pintó un retrato de su marido. "Si a Miklós le agrada, que se complazca", escribió en su diario.
Cuando Miklós comenzó el romance, Hungría había entrado en La Segunda Guerra Mundial y a finales de 1940, había sido llamado a filas para tres meses de trabajo forzoso junto con otros judíos. Cuando fue llamado por segunda vez en 1942, la aventura con Judit había terminado. Desde el campamento le escribió una carta a Fanni, diciéndole: "¡Te amo! ¡Eres tú a quien amo! ¡Y todo menos tú es solo un juego!".
Adjuntó un poema a modo de disculpa.
Miklós se convirtió al catolicismo, pero de poco le sirvió. En mayo de 1944 fue enviado a un campo de trabajo en la ciudad minera de Bor, en el este de Serbia. Allí, en agosto de 1944, le escribió a Fanni una carta: "Escribí en mi última carta que estaría contigo en nuestro aniversario de bodas, y de hecho fue así, gracias, cariño, por los nueve años que pasamos juntos. Te echo mucho de menos, mi dulce y única mujer".
Ese mismo mes, cuando las tropas fascistas empezaron a perder la ventaja, las tropas que huían intentaron forzar la marcha del grupo de Miklós y de tres mil doscientos judíos húngaros al centro de Hungría. La mayoría murieron en el camino, incluido Miklós, quien, según testigos, fue brutalmente golpeado por un soldado borracho que lo atormentaba por "garabatear en una libreta". Demasiado débil para continuar, lo asesinaron a tiros junto con veintidós compañeros y lo arrojaron a una fosa común cerca de la aldea de Abda, en el noroeste de Hungría. Después de la muerte de su marido, Fanni siguió viviendo en su apartamento, donde el letrero de la puerta todavía pone Dr. Miklós Radnóti, y se dedicó a proteger y promover el legado literario de su esposo. Dieciocho meses después del tiroteo, la fosa común de Abda fue exhumada. En el bolsillo delantero de su abrigo, se encontró una libreta que contenía algunos de sus mejores poemas, muchos de ellos contrastando sueños de felicidad con Fanni con la terrible realidad que soportaba. "Solo me siento despierto con el sabor persistente de una colilla de cigarro en mi boca en lugar de tu beso, y no consigo un sueño misericordioso porque ya no puedo vivir ni morir sin ti, mi amor".
Fanni se negó a ir a ver su cadáver. Los poemas completos del cuaderno se consideran algunas de las obras literarias más importantes del Holocausto.
Después de la guerra, Fanni Gyarmati se licenció en francés y ruso, fue profesora de francés y de habla en verso en una escuela de artes teatrales. Ganó muchos premios por su trabajo en los campos de literatura y educación. Murió el 15 de febrero de 2014, casi a los 102 años. Si a día de hoy poseemos los poemas de Radnóti, en gran parte es gracias a Fanni.
En Szeged, se encuentra una estatua dedicada al matrimonio, donde su amor quedará plasmado para toda la eternidad.
Alberto Giacometti
Alberto Giacometti fue un escultor y pintor suizo. Nació en 1901 en Borgonovo, Suiza, cerca de la frontera italiana, donde creció en un ambiente de artistas. Su padre, Giovanni Giacometti, había sido pintor impresionista, mientras que su padrino, Cuno Amiet, fue fauvista. Se trasladó a Ginebra para cursar sus estudios de pintura, dibujo y escultura y después a París. Fue allí donde Giacometti experimentó con el cubismo. Sin embargo, le atrajo más el movimiento surrealista y hacia 1927, después de que su hermano se convirtiera en su ayudante, Alberto había comenzado a mostrar sus primeras esculturas surrealistas en el Salón de las Tullerías. Poco tiempo después, ya era considerado uno de los escultores surrealistas más importantes de la época.
Durante la Segunda Guerra Mundial vivió en Ginebra, donde conoció a Annette Arm. En 1948, ambos regresaron a París y contrajeron matrimonio en 1949. El matrimonio pareció tener un buen efecto en él ya que le siguió el periodo probablemente más productivo de su carrera. Fue su mujer la que le brindó la oportunidad de estar constantemente en contacto con otro cuerpo humano. Otros modelos habían encontrado que posar para él no era un trabajo fácil, pero Annette le ayudó enormemente, soportando pacientemente sesiones que durarían horas hasta que Giacometti lograse lo que buscaba.
El artista solía vagar por los bares y prostíbulos de Montparnasse cuando se encaprichó de Caroline, una joven prostituta que sería su amante hasta que este muere en 1966 a causa del cáncer.
"Nada más vernos hubo una rara atracción entre nosotros, algo irresistible e inexplicable".
Todo lo que Annette tenía de sencilla, Caroline lo tenía de exuberante. Le contaba los encuentros con sus clientes, cómo una noche uno de ellos lo amenazó con un arma... En ocasiones desaparecía de su vida durante días o semanas sin dar señales., pero Giacometti la esperaba todas las noches.
Una dama menuda, con el pelo tirante y porte de antigua bailarina que rememora los años en que se hizo habitual en el taller y en la cama del artista, mientras estaba casado con Annette, con quien lo estuvo hasta el final. Por aquella época, dijo Caroline sin asomo de vanidad, el artista era pretendido por Marlene Diedrich. Él se dejaba querer pero, no obstante, nunca la invitó a posar, la auténtica prueba, según ella, de que la vida no le interesaba de verdad.
En su segunda sesión con Caroline, Giacometti la hace desnudarse de cintura para arriba. Hay luz en el piso de arriba, lo que significa que Annette también se encuentra allí. Sin embargo, no existe erotismo en la mirada del escultor. Para la muchacha, aquellas veladas eran la felicidad en mayúsculas.
"Estábamos los dos encerrados en el taller, debajo de la lámpara, afuera era de noche y aquello era felicidad. Alberto me hacía resplandecer".
Al regresar de una de sus ausencias, le comunicó que se iba a casar con un octogenario, pero su relación continuó como si nada hubiese cambiado: le compró un coche rojo a modo de agradecimiento por todas las horas que posó para él que conducía de forma temeraria y con el que hacían excursiones por París y alrededores.
Como las cosas nunca son tan fáciles como parecen, una noche Caroline y Annette se insultan y casi llegan a las manos.
En diciembre de 1965, Giacometti tiene problemas respiratorios graves con complicaciones de circuación, llevándolo al hospital. En la cabecera de su cama, están sus hermanos, Caroline y Anette. En el pasillo, amante y esposa se gritan, se tiran de los pelos, se calman. Alberto pide que entre Caroline, sola. Sus gélidos dedos la aferran.
En la casa de la antigua amante de Giacometti, conserva pocas posesiones de aquellos tiempos, unas pocas fotografías de ellos y un gurruño de papel donde aparece la cabecita de Caroline dibujada a bolígrafo. Pero ella echa de menos al hombre más que al artista y reivindica inútilmente la adoración que se tuvieron. Un día fueron a ver a la madre de Alberto: "No tenía sentido que me la presentara. Anduvimos por la vía hasta el amanecer y aquella fue mi noche de amor más hermosa", confiesa su musa.
Caroline fue la modelo del último retrato que pintó Giacometti y la única persona a la que el artista pidió que lo acompañase en el momento de su muerte. Fue el gran amor de su vida y la mejor modelo de su obra. Vivió los últimos años diabética, arruinada y olvidada de todos en un apartamento cochambroso de la solitaria calle de Niza.
Caroline sentada de cuerpo entero
Robert Capa
Endre Erno Friedmann (Budapest, Hungría, 22 de octubre de 1913 - Thai Binh, Vietnam, 25 de mayo de 1954) y Gerda Taro, pseudónimo de Gerta Pohorylle (Stuttgart, Alemania, 1 de agosto de 1910 - El Escorial, España, 26 de julio de 1937), fueron una pareja de corresponsales gráficos de guerra y fotoperiodistas durante el siglo XX que trabajaban bajo el nombre común de Robert Capa. Al compartir seudónimo, es difícil saber de quién es cada foto. Cubrieron conflictos como la Guerra Civil española, la Segunda guerra sino-japonesa, la Segunda Guerra Mundial, la guerra árabe-israelí de 1948 y la primera Guerra de Indochina.
Entre 1932 y 1936, tratando de escapar del nazismo, Endre Friedmann, establecido en Francia, conoce a la fotógrafa alemana Gerda Taro, que acabaría siendo su compañera profesional y sentimental. Para tratar de aumentar la cotización de los trabajos de la pareja a menudo rechazados, se inventan el nombre de un supuesto fotógrafo estadounidense, Robert Capa, utilizando ambos indistintamente dicho seudónimo.
Es bien sabido que Taro tuvo una gran influencia en la forma en la que él se presentaba.
"Cuando se conocieron, se vestía muy mal y se veía extremadamente pobre (lo era). Taro creía que que una buena apariencia era de vital importancia para influir en las personas que podrían comprar las fotografías, por lo que ella insistió en que se vistiera con elegancia y se cortara el cabello. Como refugiados extranjeros, con nombres obviamente judíos, que intentaban encontrar trabajo en el mercado francés altamente competitivo, eran muy conscientes de su estatus inferior", afrima Jane Rogoyska, autora de la biografía Gerda Taro, Inventing Robert Capa.
Cuando estalla la Guerra Civil española, en julio de 1936, la pareja vio la oportunidad de elevar sus perfiles profesionalesy, al mismo tiempo, participar en la lucha contra el fascismo. Dos semanas después, llegaron a Barcelona, donde comenzaron a fotografiar a los soldados republicanos que se alistaban para ir al frente. Recorrieon cientos de kilómetros dentro del territorio controlado por los republicanos en Aragón, Madrid y Toledo, también cerca de Córdoba. Su trabajo fue bien recibido en la capital francesa, donde los periódicos estaban dispuestos a publicar fotografías que respaldaran la causa republicana. Para 1937, Capa ya se había hecho famoso por su documentación de la guerra, y Taro había surgido como una fotoperiodista independiente por derecho propio. La fotógrafa se involucró emocional,ente en la Guerra Civil española.
"Gerda Taro era una fotoperiodista cuyo objetivo principal era dar testimonio de lo que estaba sucediendo en España e intentar influir en los lectores con sus fotografías. Como muchos de los periodistas que viajaron al país en 1936, simpatizaba con la causa republicana y, sobre todo, quería que la gente viera el sufrimiento de los españoles", dice Rogoyska.
Y los soldados y milicianos tenían un gran respeto por ella.
Gerda Taro, junto a un soldado republicano en el frente de Córdoba, tomada por Robert Capa
Gerda pasó el último día de su vida en las trincheras de Brunete, a unos kilómetros de Madrid, junto con los combatientes republicanos. EN viajes anteriores, había estado acompañada junto a Capa, pero en este, en julio de 1937, viajó sin él.
Era un momento crítico en la Guerra Civil española: las fuerzas del general Francisco Franco habían retomado el control de la ciudad, causando numerosas pérdidas entre las filas republicanas, que se encontraban bajo el fuego enemigo mientras se retiraban. Con ganas de demostrar su valía y obtener las imágenes más dramáticas que pudo, Taro comenzó a ponerse en situaciones cada vez más peligrosas.
Ni las bombas ni el fuego de artillería la detenían. Ella disparaba su cámara Leica.
Tenía planeado regresar a Francia al día siguiente, donde la esperaba Capa, y solo abandonó las trincheras cuando se quedó sin rollo fotográfico para dirigirse a un pueblo cercano. Cuando iba a abordar un automóvil que transportaba soldados heridos, fue atropellada por un tanque fuera de control.
Murió en el hospital a la mañana siguiente, a los veintisiete años.
Sus fotografías de ese día, el 25 de julio de 1937, nunca se encontraron.
Robert se enteró de la muerte de su compañera a través de un periódico, mientras esperaba en la consulta de un dentista en París. La noticia abrió un abismo para Robert Capa, que dijo que ahora que Gerda había muerto, todo se había acabado para él.
Robert nunca se perdonó por dejarla ir sin él.
"Aparentemente quedó devastado por la muerte de Taro y se culpó a sí mismo. Estaba convenido de que si hubiera estado con ella, la hubiera salvado", añade Rogoyska.
La experta cuenta que después de la muerte de su amada, Capa se encerró durante varias semanas, bebiendo mucho. Cuando resurgió, su amigo Henri Cartier Bresson, también fotógrafo, aseguró que no parecía el mismo hombre.
"El joven refugiado húngaro Andre Friedmann, que se había enamorado tan fácilmente de Gerda Pohorylle y le pidió que se casase con él, se había ido. En su lugar estaba un bebedor, jugador, mujeriego y arriesgado Robert Capa. A partir de ese momento, Capa rara vez se refirió a Taro en público y, aunque estuvo vinculado románticamente con muchas mujeres hermosas, nunca volvió a comprometerse con nadie".
Capa murió a los cuarenta años al pisar una mina terrestre mientras fotografiaba la guerra de Indochina en 1954.
Anaïs Nin y Henry Miller
Anaïs Nin Culmell fue una escritora francesa, nacida de padres cubano-españoles. Después de haber pasado gran parte de su temprana infancia con sus familiares, se naturalizó como ciudadana estadounidense; vivió y trabajó en París, Nueva York y Los Ángeles. Autora de novelas avant-garde en el estilo surrealista francés, es mejor conocida por sus escritos sobre su vida y su tiempo recopilados en los llamados Diarios de Anaïs Nin. Comenzó a escribir en su diario con once años, a comienzos del siglo XX. Continuó escribiendo en sus diarios por varias décadas y a lo largo de su vida conoció y se relacionó con mucha gente interesante e influyente del mundo artístico y literario, así como del mundo de la psicología, incluyendo a Henry Miller.
Henry Miller fue un novelista estadounidense. Su obra se compone de novelas semiautobiográficas en las que el tono rudo, sensual y sin tapujos suscitó una serie de controversias en el seno de Estados Unidos puritano que Miller quiso estigmatizar denunciando la hipocresía moral de la sociedad estadounidense, criticando de paso de devenir de la existencia humana. Censurado por su estilo y contenido rebelde en relación a la literatura de la época, sus obras influyeron notablemente en la llamada Generación Beat.
En 1928 se casa con June Mansfield tras divorciarse de su primera esposa con la que tuvo una hija.
Los amantes se conocieron en París en 1931. Miller estaba hambriento, habñia llegado a París hacía un año y dormía debajo de puentes y comiendo sobras que algunos conocidos le daban. Cuando llegó a la casa de Nin, habló de su necesidad de encontrar "luminosidad literaria", de su hambre física y sensual, de su deseo por ser alguien en la literatura. Ella tenía por entonces veintiocho años, también casada, y él cuarenta. Hablaron durante horas sobre literatura, filosofía y psicología. Se susurraron al oído, se hicieron amantes ese mismo día. Durante meses pasearon por bares y librerías de la capital francesa. Se besaron apasionados en una esquina y tuvieron sexo en baños, cocinas, salas. Hasta que llegó June Mansfield.
Las dos mujeres se involucraron en una relación paralela a la que la joven mantenía con Miller. El triángulo amoroso apenas pudo sostenerse un año. June se dio cuenta de que su esposo y ella tenían la misma amante y no dudó en regresar a Nueva York con los papeles del divorcio firmados. En ese año, en 1933, Miller escribió su primer éxito, Trópico de Cáncer. Nin colaboró económicamente para la publicación de ese libro en 1934, ese apoyo duró más de cinco años.
En ese mismo año, Nin comenzó a psicoanalizarse con Rene Allendy y con el discípulo de Freud, Otto Rank. Ambos se convirtieron en sus amantes y mantuvo encuentros sexuales con ellos durante las sesiones de terapia. Sin embargo, a pesar del amor que le profesaba a Miller y sus aventuras con otros hombres, nunca tuvo la intención de divorciarse de su marido. Miller tuvo que cargar con eso toda su vida: un cuerpo compartido con muchos, un corazón cercenado por la insatisfacción. Él comenzó a publicar más, Primavera Negra (1936), dedicada a su antiguo amor.
En 1939 abandonaron París a causa de la guerra. En Nueva York escribieron relatos eróticos juntos. Miller se muda a California y quiere que ella vaya con él, pero Nin no abandona a su marido. "Me retiene por medio mi sensación de culpa, de responsabilidad, mi incapacidad para causar dolor..."
Ella se convirtió en la primera mujer del país en publicar historias eróticas.
Miller y Nin se apagaron. Se separaron para siempre. No volvieron a olerse las mejillas ni a escupir los ríos. Se quedaron cada uno en su casa con otra persona a su lado. Se volvieron desconocidos.
"Anaïs, no creo que nadie haya sido tan feliz como lo fuimos nosotros. No creo que exista en la historia del hombre y de la mujer un hombre y una mujer como tú y como yo, con nuestra historia, nuestras circunstancias; con aquello que se desbordaba en las paredes, el ruido de la calle y la explosión de tu mirada inquieta de ojos delineados en negro; con la sinceridad de tu cuerpo frágil y tu secreto agresivo e insaciable. El recuerdo puede ser cruel cuando estás volando febrilmente a tu próximo destino, a otros brazos que te reciban expectantes y hambrientos. El recuerdo de tu diario rojo que tirabas en la humedad de la cama entre tus labios entreabiertos y mis ganas de desearte. Te deseo. Te deseo con la desesperación y el anhelo de lo imposible y ya te has ido y tal vez, en un sueño imaginativo y romántico, leerás estas palabras una y otra vez, en medio de mi ciudad con la gente pasando en medio de las calles y la sorpresa en tus ojos y la gran dama con el fuego en la mano derecha.
Mi querida Anaïs, ma petite, ma jolie, infanta inquieta de sal nocturna. Te extraño cuando huyes de madrugada y te extraño cuando camino y me tomo un café en la calle; te extraño cuando June se acerca cariñosa y cuando paso por los grandes aparadores. Te extraño casi a todas horas: cuando escribo, cuando te pienso, cuando escucho las campanas que me anuncian que ya son las tres, cuando me acuerdo de las horas interminables entre humo y whisky, cuando tengo una comida que dura toda la tarde, también cuando me despido de ti cada día a la misma hora, cuando como en aquel lugar donde nos dio el aire y cuando escucho la radio. Adiós, Anaïs, adiós. Ya nos encontraremos en otras vidas y en otras vidas podré poseerte y quedarme contigo para siempre. Ya te veré en medio de la nieve y entre libros y vino. Adiós, tuyo siempre".
William S. Burroughs
William Seward Burroughs nació en San Luis en 1914. Fue un novelista, artista visual, ensayista y crítico social estadounidense. Renovador del lenguaje narrativo y una de las principales figuras de la Generación Beat, etiqueta con la que nunca estuvo de acuerdo. Fue un ídolo para Kurt Cobain, que lo consiguió conocer pocos meses antes de su muerte.
Estuvo casado con Joan Vollmer Adams Burroughs con la que tuvo un hijo.
Hasta que Burroughs conoció a Vollmer, el futuro escritor no era más que un joven brillante que se había licenciado en Literatura en Harvard, que había viajado a Europa, que había contraído matrimonio con una joven judía llamada Ilse Von Klapper para ayudarla a huir de la Alemania nazi y junto a la que había regresado a Estados Unidos para seguir disfrutando de la vida hasta el límite, gracias al apoyo económico de su familia, propietaria de una próspera fábrica de máquinas calculadoras.
La aparición de Joan Vollmer lo cambió todo. Se conocieron a mediados de los años cuarenta en Nueva York. La joven vivía en un apartamento que compartía con otra estudiante de la universidad que había conocido en los bares cercanos al campus. La casa pronto se convirtió en un centro de reunión de otros jóvenes interesados en la literatura, en la música, el arte y las drogas.
Inteligente, buena estudiante, ganadora de una beca uiversitaria, resuelta, divertida, magnífica conservadora y mejor polemista, Joan pronto llamó la atención a Burroughs, con quien demostró tener una gran complicidad gracias a, entre otras cosas, sus adicciones complementarias. Mientras que él ya había empezado a experimentar con la morfina, Vollmer se inyectaba Benzedrina, lo que genraba entre ellos un ciclo que discurría entre lo excitante y lo narcótico.
Tras separarse de sus respectivas parejas, comenzaron a vivir juntos y tuvieron un hijo. Sin embargo, lo que no fue tan sencillo fue solucionar los problemas de adicción de la pareja. Lejos de resolverse, se complicaron cuando Burroughs comenzó a traficar para poder tener acceso continuado a drogas y dinero. Cada vez se acercaban más a la frontera con México, país que se convirtió en el refugio de Burroughs cuando fue detenido en Nueva Orleans por posesión de drogas.
Joan se pasaba el tiempo en la casa familiar, consumiendo cada vez más, bebiendo grandes cantidades de alcohol, al borde de un nuevo brote psicótico como el que había provocado su internamiento en un hospital de Estados Unidos unos años antes y haciendo lo posible para cuidar de sus dos hijos en un ambiente mínimamente normal. La relación familiar se iba deteriorando, como pudo comprobar Allen Ginsberg cuando fue a visitar a la pareja en México y se encontró únicamente a Joan, ya que William seguía en Guatemala.
El jueves siguiente, la pareja decidió organizar una fiesta en la que, de repente, Joan Vollmer se derrumbaba en el suelo del salón con un impacto de bala en la frente.
"Cuando mi esposa cayó, pensé que era una broma", contó él a los periodistas.
"En un momento dado, William , dándoselas de buen tirador, colocó un vaso en la cabeza de su esposa y le indicó que se pusiera de pie a una distancia de dos metros. Ebrio, le disparó, no se sabe si al vaso o a su cabeza. Lo cierto es que la bala pegó a la infeliz mujer en la frente, perforándosela y causándole una muerte poco menos que instantánea", recogía uno de los periódicos mexicanos con el título de:
"Fue internado en la Peni el yanqui borrachín que asesinó a su mujer"
"Todo fue accidental. Nunca puse un vaso sobre su cabeza. Si ella lo hizo fue como una broma y en ningún momento tuve la intención de dispararle", declaraba unos días depués en un periódico el escritor.
A medida que sucedían las diferentes versiones, fueron desapareciendo elementos clave. Primero fue el elemento de puntería, posteriormente, el vaso, etc. Su lugar fue ocupado por el suelo de la sala, una mesa y una bolsa de viaje con los que se pretendía explicar que el disparo se produjo accidentalmente después de que la pistola golpease con una mesa al tratar de sacarla del estuche. Encarcelaron a Burroughs dos semanas. Aunque su intención era permanecer en México en libertad provisional, un nuevo hecho violento hizo que Burroughs regresara a su país: su abogado fue acusado de asesinato por matar a un hombre y enviado a prisión.
El cuerpo de Vollmer yace en México, lugar que guarda muchas similitudes con esa Interzona en la que se localiza buena parte de la obra de Burroughs, quien, después del suceso, decidió volcarse en la escritura para exorcizar sus fantasmas y culpas.
"Me veo forzado a reconocer que nunca me hubiera convertido en escritor de no haber sido por la muerte de Joan", se sinceraba Burroughs.
"Vivo con la amenaza constante de ser poseído, del control. La muerte de Joan me puso en contacto con el invasor, ese espíritu feo que me llevó a una lucha de por vida que no tenía otra salida que escribir".
Oscar Wilde y Alfred Douglas
Oscar Wilde fue un escritor, poeta y dramaturgo de origen irlandés. Es considerado uno de los dramaturgos más destacados del Londres victoriano tardío, fue una celebridad de la época debido a su gran y aguzado ingenio. Hoy en día es recordado por sus epigramas, cuentos, obras de teatro, su única novela El retrato de Dorian Gray y la tragedia de su encarcelamiento, seguida de su prematura muerte.
Como reflexión final, me sincero si digo que, por muy pasional, confidencial e intencionado que sea un romance, a veces, más de las que pensamos, el amor no es suficiente. A diferencia de lo que los artistas a través de la música, la literatura, la filosofía o la gran pantalla nos quieren hacer creer, no es cierto y, como acabamos de leer, incluso ellos lo han vivido fuera de su vida profesional.
Quizá la otra persona no sabe cómo asimilar o recibir todo el amor que le quieres ofrecer, la reciprocidad no es la adecuada para que te puedas sentir realmente amado, los tiempos lo impiden o cualquier factor externo que influye en una relación. Y a la hora de la verdad, es algo difícil de asimilar y digerir, es una realidad que el ser humano nunca quiere ver porque duele demasiado. Querer a alguien no es solo poner un sentimiento, conlleva esfuerzo y trabajo, conlleva las palabras y el razonamiento por delante de todo.
Y es que, en repetidas ocasiones, el ser humano decide agarrar la rosa por mucho que pinche, haciendo sangrar su mano porque no quiere dejar ir a la mejor flor que ha encontrado en el jardín. Prefiere hacerse daño antes de elegir la soledad, esa que parece muy tormentosa para algunos pero, después de todo, es la que limpia el patio, tras la que sale la luz y te guía por el camino correcto.
Aún así, somos mortales y está en nuestra naturaleza cometer más fallos que aciertos.
A pesar de haber contado historias que me han dolido y perturbado mientras las escribía, digo que no dejéis de amar. Con la forma, la manera, la velocidad que podáis, a quien sea. No dejemos de amar.
Es lo que cura al mundo.
Lucía Braña. 🌼